sábado, 2 de enero de 2010

COSTUMBRISMO Y LA LITERATURA EN PERU

La crítica costumbrista en los artículos de
Manuel Ascencio Segura
por Álvaro Sarco

“Manuel Ascencio Segura [1805-1871] representa el lado popular y criollo del costumbrismo peruano del siglo XIX -escribió Augusto Tamayo Vargas-. Es la suya una buena exhibición de nuestra clase media, sin trascendencia, con el mero motivo de representar el ambiente social, tal como él lo veía”. A diferencia de Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) que significó la “concepción tradicional y el gusto clásico”, Segura es el representante de una clase media emergente, o que buscaba emerger, en medio de un verdadero vórtice de clases encontradas o desencontradas, prejuicios, nostálgicos del “orden” que según algunos significó la Colonia, y el “caos” que reflejaba el caudillismo reinante pos Independencia.



En tales circunstancias apareció Segura, un hombre dotado de un corrosivo sentido del humor criollo que usó siempre contra los que, a su juicio, atentaban contra los intereses de su precaria “clase media”, contra los militares, y, en general, contra todos aquellos que se oponían al proyecto político que él defendía como era el republicanismo.



Esta “táctica” de satirizar, en lugar de enfrentar directamente, ya sea por el libelo o el artículo argumentativo, a los “males” que Segura identificaba como los causantes de la postración del Perú, le ocasionó numerosas críticas posteriores, como también a los demás costumbristas. Se les dijo, básicamente, que eran meros amanuenses de un espíritu colonial que se negaba a abandonar el ambiente cortesano. Así, José Carlos Mariátegui, en una de sus simplificaciones tan propias de él, inducidas por su esquematismo metodológico afirmó: “Nuestra literatura no sólo es colonial en ese ciclo por su dependencia y su vasallaje a España; lo es, sobre todo, por su subordinación a los residuos espirituales y materiales de la Colonia. Don Felipe Pardo, a quien Gálvez arbitrariamente considera como uno de los precursores del peruanismo literario, no repudiaba la República y sus instituciones por simple sentimiento aristocrático; las repudiaba, más bien, por sentimiento godo. Toda la inspiración de su sátira -asaz, mediocre por lo demás- procede de su mal humor de corregidor o de ‘encomendero’ a quien una revolución ha igualado, en la teoría sino en el hecho, con los mestizos y los indígenas. Todas las raíces de su burla están en su instinto de casta”.

Lo anterior tiene algo de cierto. Si uno constata cuál fue el género y la manera de “quejarse” durante la Colonia, se verifica efectivamente que la especie usada era la sátira, la letrilla, la ironía, entre otras similares. Pero a diferencia de los escritores de la Colonia, los costumbristas –salvo alguna excepción, y en efecto, aún bajo formas literarias coloniales-, lo que propugnaban era el ya señalado republicanismo y la primacía de una clase social que casi no existía durante la colonial con poder político: me refiero a un tipo de burguesía urbana y rural. El costumbrismo ha sido visto generalmente como un esfuerzo por reconocer y describir la “realidad” del país, después de creadas las repúblicas hispanoamericanas. Indudablemente, es algo más. Es el primer intento de autoidentificación regional y nacional. En tal sentido, el costumbrismo importaría más que por su valor literario, por su significación histórica y social. Este género puede parecer hoy en día la expresión arcaica de una nación incipiente, ya definitivamente superada, pero no por eso deja de ser un capítulo representativo -y culturalmente valioso- de nuestra literatura, aún no suficientemente estudiado.



Los inclinados a poner rótulos a los escritores llamaron a Manuel Ascencio Segura el “Padre del Teatro Nacional”. Más allá de esta etiqueta, en efecto, Manuel A. Segura destacó como uno de los mejores comediógrafos peruanos. Asimismo, como fundador de varios diarios, escribió numerosos artículos periodísticos de corte satírico. Entre las comedias que redactó destacan Ña Catita, El Sargento Canuto, La saya y el manto, Un juguete, El santo de Panchita, Las tres viudas, entre otras. Por si ello fuera poco, cultivó también la poesía (con escasa fortuna) y el periodismo.

“Aunque múltiple en sus manifestaciones -escribe Jorge Cornejo Polar- la obra de Manuel Ascencio Segura se halla presidida por un solo propósito que le da unidad y le imprime sentido: hacer crítica de costumbres. Preocupado por algunas insipiencias de nuestra vida cívica, molesto por ciertas fallas del gobierno local, desagradado por determinadas actitudes o hábitos de sus conciudadanos, Segura decidió consagrar su tarea de escritor a mejorar las costumbres de su patria o más exactamente de Lima, escenario y motivo de su obra”.



Entre las características del costumbrismo tenemos:



1. Realismo en la percepción de la vida, tipos sociales y costumbres. Esto supone el intento por describir el comportamiento humano y su entorno, tal y como actúan o aparecen en la vida cotidiana. En el artículo de Segura Las calles de Lima, tenemos un buen ejemplo de esta característica: “(…) Más adelante una señorita que iba distraída, con la vista fija en su amante que pasaba al mismo tiempo por el frente y en dirección contraria, recibió un encontrón casual de la mula de un repartidor de pan que caminaba a toda prisa, y que dándole con los capachos de lleno sobre las posaderas, que según lo visto le costaba su dinero, se las derribó en el suelo sin ceremonia. De este otro lado se advierte, a la puerta de una tienda oscura, una gran paila de chicharrones puesta sobre tres ladrillos a guisa de fogón, y ocupando con su volumen media calle, y llenando de humo y ceniza la otra media; de modo que para pasar por allí es menester tomar la vereda opuesta, y contener el resuello por algunos minutos (…)”



2. Uso de la sátira, ironía y burla, mezclándolas con un afianzamiento en la realidad. Obsérvese en el artículo Prefacio del cometa algunos aspectos de esta segunda característica: “Una de las cosas que más contribuirá, en mi con­cepto, a caracterizar el siglo en que vivimos, con res­pecto a los pasados y a los porvenir, será ese flujo, o esa manía de escribir que tanto se ha generalizado en todas partes. Desde el grave y orgulloso diplomático hasta el último y más humilde oficinista; desde el co­merciante acaudalado hasta el endrogado corredor; desde el menestral activo e industrioso hasta el arran­cado aprendiz de zapatero, todos escriben, y sobre cuanto les da la gana. El uno escribe bien, el otro mal; aquél con razón, y éste sin ella; esotro por necesidad, y aqueste por antojo o por capricho; unos saben lo que escriben, otros escriben lo que saben; éstos no sa­ben lo que escriben, y aquéllos escriben lo que no saben”.



3. Reflejo y aceptación popular por el uso de temas, lenguaje y personajes cercanos a la realidad. Esta es una de las características que echan por tierra las acusaciones de que el costumbrismo tenía una dirección aristocratizante, cuando una lectura atenta de los artículos y piezas teatrales, muestran más bien lo contrario. No digo que los escritores costumbristas, como Segura, hayan escrito para el “pueblo llano”, generalmente analfabeto por aquella época, sino, como ya se dijo, para un público educado, clasemediero, capaz de decodificar la sutileza, la ironía, y el fino doble sentido de los escritos costumbristas. El tema de la aceptación “popular”, y cierta complicidad entre el escritor y sus lectores, están graciosamente retratados al principio de Otra visita: ”Enojadísimo has de estar conmigo, lector muy curioso y muy amado, porque hace algún tiempo que no te doy materia para que ejercites sobre mí tu sueltísima sin pelo; pero, para otra vez que calle, te aconsejo (aunque en contra mía) que te desquites de mi silencio mientras dure llamándome animal, muñeco, zampalimones, o Juana de la Coba si te da la gana; y que atribuyas la escasez de mis artículos a la estupidez de mi mollera, que no puede vaciarse como costal siempre y cuando se te antoja para que me desuelles sin piedad”.



4. Se cultivó preferentemente en el teatro y el periodismo. En efecto, a la valiosa producción teatral de Segura, se suman sus artículos de costumbres, valiosos desde muchos puntos de vista: desde la ocasión que nos dan de reconstruir la arquitectura y modales de una época, hasta las ideas políticas, económicas y sociales que por entonces se hallaban en pugna o en debate.



El costumbrismo, tal y como lo han clasificado sus principales estudiosos, tuvo dos corrientes. Uno primero llamado “criollismo”, del que fue su máximo exponente Manuel Ascencio Segura. Esta corriente tuvo una tendencia más popular, con clara simpatía por el gobierno republicano. Segura se adscribía al concepto madisoniano de republicanismo que coincidía en muchas dimensiones importantes con la noción aristotélica de politeia. A James Madison le preocupaba el medio por el que se pudiera asegurar un gobierno “justo y estable”. Para esto, invocaba a una “clase media” predominante y propugnaba una República en la que los distintos intereses se supervisasen y controlasen entre sí. Madison también hacía hincapié en la elección de representantes por parte del pueblo, ya que éstos sacrificarían con menor probabilidad el bien público de lo que lo haría la mayoría de la gente. Según escribió Madison, las democracias “puras”, en las que el pueblo gobernaba de forma directa, “siempre han sido espectáculos de turbulencia y de enfrentamiento”. Sobre esto último, Segura toma como hiperbólica alabanza, el de calificar a alguien de republicano (en este caso, un finado) en Dios te guarde del día de las alabanzas (Anexo).



Del otro lado del “criollismo”, está la corriente del “anticriollismo”, cuyo exponente máximo fue Felipe Pardo y Aliaga. Este sería un costumbrismo más afincado en las élites detentadoras del poder, sin que ello significara necesariamente un incontenible deseo de regresar a la Colonia, tal y como afirmaba Mariátegui: “Don Felipe Pardo y Don José Antonio de Lavalle, conservadores convictos y confesos, evocaban la Colonia con nostalgia y con unción”.



Con todo, bien pudo también darse el caso, puntualmente en la figura de Felipe Pardo y Aliaga en el campo literario, y muchos otros en diversas esferas, de cierta inconformidad con el nuevo status quo. No olvidemos que el proceso de independencia fue harto complejo, más aún en el Perú, donde había parcelas políticas y amplios sectores sociales que se oponían o ignoraban los cambios que acaecían, y para los cuales podía perfectamente entenderse -considerando sus circunstancias- que vieran con malos ojos o como una imposición el llamado proceso independentista. Una de las principales consecuencias del decreto del Libre Comercio de 1778, fue incentivar el rápido crecimiento comercial de las ciudades de Guayaquil, Caracas, Buenos Aires y Valparaíso. Las burguesías comerciales de Caracas y Buenos Aires se independizaron de España a inicios del siglo XIX. Y para consolidar su reciente prosperidad económica sintieron la necesidad de expulsar a los españoles del Perú. Por ello, entre otras razones, organizaron dos campañas: la del sur al mando de San Martín, y la del norte dirigida por Bolívar. Sectores económicamente poderosos del Perú, en cambio, apostaron por seguir siendo colonia, pues durante tres siglos se habían beneficiado con el monopolio comercial. Y definitivamente un régimen de libre comercio perjudicaría sus intereses. Por eso financiaron las tropas del virrey hasta 1824. Por cierto, en el Perú sí hubo liberales, pero eran una notoria minoría que por sí misma poco hubiera logrado.

“La crítica costumbrista –anota Jorge Cornejo Polar- era la finalidad fundamental perseguida por Segura, al menos en teoría, aunque en el hecho mismo la crítica con frecuencia se diluya en la pura reproducción de modos de ser sociales”. Prueba de esta acertada observación de Jorge Cornejo Polar está en el hecho de que, muchas veces, la insistente crítica a los militares –crítica fundamental para extirpar uno de los peores males de la historia nacional- no pasaba de eficaz caricaturización del caudillaje militar: “Pero viéndolo bien, hija, qué mamada tan grande es ser militar, ¿no? -¿Por qué lo dices, Carmencito?- Porque toda la vida vive uno a costillas del Estado, sin tener que hacer más que rascarse la barriga, y pintar por las calles con los bigotes, la espada, y los bordados: y el día que se ofrece una batalla (cosa que no sucede sino muy rara vez) le queda a uno su derecho a salvo para correr hasta donde pueda, dejando al crédulo del Estado en las astas del toro; sin hacer cuenta que los sueldos se habían recibido para este solo lance; y riéndose de los tontos que se dejan matar por amor a la patria, y otras boberías por el estilo”.



Decía que esta eficaz caricaturización que figura en el artículo El té y la mazamorra, se ve ensombrecida en sus posibilidades de crítica al ser, a reglón seguido, sobrepasado por el cuadro de costumbres y la casi compasiva reconvención satírica de algunos modales de la sociedad limeña decimonónica.



Queda por resaltar en esta apretada nota acerca de la crítica costumbrista en los artículos de Segura un tópico que atraviesa las mejores páginas del autor de El sargento Canuto, me refiero al tema de las mujeres.

Al leer los artículos de Segura uno no puede dejar de sorprenderse ante la imagen de la mujer que el escritor costumbrista nos da, al menos del tipo de mujer que el escritor frecuentó o llamó su atención. Lejos está de presentarnos a una mujer sumisa, pacienzuda o presta a la resignación. Por el contrario, en muchos aspectos son los hombres los que pasan a una condición ridícula cuando no es pusilánime. Veamos algunos ejemplos:



“En vano son reflexiones y cariños; esto es tiempo perdido. Todo lo que huele a negativa la irrita y desespera, y le hace echar la casa abajo a gritos y reniegos”. (Me voy al Callao).



“Por otra parte, con dificultad se encontrará en Lima una mujer más gastadora que la mía. Las islas del guano no serían suficientes para satisfacer sus antojos, o sus caprichos, si las pusiesen a su disposición”. (Siempre soy quien capitula).



“-Calle usted la boca que no sabe lo que dice, repuso doña Goyita encendida en cólera, calle usted la boca, ¡Santa Cruz buen militar! Santa Cruz el non plus ultra ¡qué disparates! ¿Sabe usted lo que es el tal Santa Cruz? Un cholo jetón, indecente, sucio, hediondo, bruto, miserable y mal agradecido…” (Otra visita).



“-¡Jesús! ¡Qué hombre tan cansado y tan fastidioso! Toda la vida me has de estar regañando… ¡Ave María! Pero ya se ve, si ya estás viejo”. (El té y la mazamorra).



Quiero terminar con estas palabras de uno de los mejores estudiosos del costumbrismo literario, me refiero al ya citado Jorge Cornejo Polar: “En definitiva, pues, los artículos de costumbres de Manuel Ascencio Segura representan una de las partes significativas de su obra. A la altura de sus intenciones de mejoramiento social hay que agregar la calidad literaria representada en particular por la vitalidad de ciertos personajes, por la sabrosa riqueza de narraciones y descripciones, por la agilidad y ritmo del diálogo, por la facilidad del discurso narrativo. Junto a todo ello debe inscribirse como mérito la posibilidad encerrada en estos textos de servir al conocimiento de algunos aspectos de la realidad social limeña del siglo XIX y su condición de testimonios fehacientes de los usos lingüísticos vigentes en tal época”.

Álvaro Sarco

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