La moza del gobierno
Ricardo Palma
Carolina L. .. era, en 1861, una guapa hembra y por la que el Presidente de la República, el gran mariscal don Ramón Castilla, se desmerecía como un cadete. Con frecuencia y de tapadillo, como se dice, iba después de Ias once de la noche a visitarla, siendo notorio que su excelencia era el pagano que, sin tacañería, cuidaba del boato de Ia dama.
El mariscal tenía, por entonces, sesenta y cuatro agostos, pues nació en 1797, y aún parecía hombre sano y enterote; algo debió influir la edad, para que Carolina anheIara las caricias de un joven, con vigor, para registrarla bien los riñones de la concha, cucaracha o como la llamen ustedes.
Víctor Proaño, que con el tiempo llegó a ser general de brigada, en la vecina república del Ecuador y que desde 1860 residía en Lima, en la condición de proscrito, era mozo gallardo y emprendedor y con pujanza para metérselo a un loro por el pico. Demás está añadir que no fue para él asco de iglesia la conquista de Carolina.
Al cabo llegó a noticias del mariscal, de que cuando él, después de las doce, se retiraba de casa de su maitresse, volvía a abrirse la puerta para dar entrada a otro hombre que no iría, por cierto, a rezar vísperas sino completas con Carolina.
Una noche, al aproximarse Proaño a la casa, le echaron zarpa encima tres embozados de Ia policía, lo enjaularon en un coche, lo condujeron al Callao y lo embarcaron en el vapor que a las dos de la tarde zarpaba para Valparaíso. A Proaño le dijo el comandante Vaquero, que era el jefe de los esbirros, que el gobierno lo desterraba por conspirador; un pretexto, como otro cualquiera, para alejar estorbos.
Es entendido que la dama se defendió como pudo ante don Ramón y que continuó en buen predicamento con él, que acaso en sus adentros murmuraba:
Me dices que eres honrada,
Así lo son las gallinas
Que cacarean, no quiero...
Y tienen al gallo encima.
El ministro de gobierno era un caballero que, por la talla, merecía ser tambor mayor y al cual había bautizado Castilla con el mote de Casa de Tres Pisos, añadiendo que el piso de abajo, corazón y barriga, estaban siempre bien ocupados, pero que el piso alto, el cerebro, era, a veces, habitación vacía.
El ministro tuvo la entereza para decir al Presidente, que encontraba arbitrarios la prisión y destierro de Proaño, a lo que contestó don Ramón:
--!Vaya unos escrúpulos de Fray Gargajo, los que tiene usted, señor ministro! Ni un colegial se queda tan fresco, cuando otro le birla su hembra... Soy ya gallo de mucha estaca...
--Pero, señor Presidente... --interrumpió el ministro.
--Nada, nada, señor don Manuel... este es asunto hasta de dignidad nacional. Este hombre va bien desterrado, porque siendo extranjero, ha tenido la insolencia de quitarle la moza al Gobierno del Perú... Y sépalo, señor ministro, el Gobierno no quiere aguantar cuernos.
jueves, 31 de diciembre de 2009
La misa a escape
Ricardo Palma
De Bogotá era obispo
Monseñor Cuero
Que fue un sabio y un santo
De cuerpo entero.
Su misa para el pueblo,
Poco duraba,
Pues en cinco minutos
La despachada;
Porque del Evangelio
Nunca leía
Sino un par de versículos,
Y así decía:
Perdona, Evangelista,
Si más no Ieo;
Basta de pendejadas
De San Mateo.
Ricardo Palma
De Bogotá era obispo
Monseñor Cuero
Que fue un sabio y un santo
De cuerpo entero.
Su misa para el pueblo,
Poco duraba,
Pues en cinco minutos
La despachada;
Porque del Evangelio
Nunca leía
Sino un par de versículos,
Y así decía:
Perdona, Evangelista,
Si más no Ieo;
Basta de pendejadas
De San Mateo.
Matrícula de colegio
Ricardo Palma
Signore, dom Pietro Cañafistola, directtore de la escuela municipale de Chumbivilcas, 3 de Aprile de 1890.
Mio diletto signore: Fa favore de matriculeare ne la sua escuela, mei figlici Benedetto, Bartolomeo e Cipriano, natti in questta citá de Chumbivilcas, il giorno 20 de Febraio de 1881.
Sono suo servitore e amico
Crispín Gatiessa
Leída por el dómine esta macarrónica esquela, calóse las gafas, abrió el cuaderno de registro o matrícula escolar, entintó la pluma y antes de consignar los datos precisos, entabló conversación con sus futuros alumnos.
Eran estos tres chicos de nueve años, venidos al mundo, en la misma hora o paricio, de una robusta hembra chumbivilcana, casada con don Crispín Gatiessa, boticario de la población, que era un genovés como un trinquete y, tanto, que de una culeada le clavó a su mujer tres muchachotes muy rollizos.
A la simple vista, era casi imposible diferenciar a los niños, pues caras y cuerpos eran de completa semejanza.
--¿Cuál es tu nombre?--preguntó don Pedro a uno de los chicos.
--Servidor de usted, señor maestro, Benedicto--contestó el interrogado con voz de flautín, anacrónica en ser tan desarrollado y vigoroso.
--Vaya una vocesita para meliflua--musitó el magister--j y tú, ¿qué nombre llevas? --continuó, dirigiéndose al otro.
--Para servir a Dios y a la Patria, me llamo Bartolomé--con idéntica voz atiplada.
--¿Otra te pego, Diego? --murmuró, para sí, el maestro--. !Vaya un par de maricones! !Lucido está el bachicha con su prole! ¿Y tú? --preguntó, dirigiéndose al tercero.
--¿Yo?, yo soy Crispín Gatiessa--contestó con voz de trueno, el muchacho.
Casi se cae de espaldas el bueno de don Pedro Cañafistola, ante tamaño contraste, y exclamó:
--!Para la puta que los parió! !Qué cosa! ¿En qué consistirá, que siendo estos tres niños tan iguales de figura, nacidos del mismo vientre, de la misma ventregada, o en el mismo día, uno discrepe tanto por el vocerrón? Aquí me digo yo, cualquiera pierde su latín. !Vaya con los caprichos de la naturaleza!
--Yo le diré a usted, señor maestro, como mi madre no tiene sino dos tetas, ésas sirvieron para que estos dos hermanos mamasen a boca que quieres, y por eso han salido así... pobrecitos de voz.
--Y tú, ¿qué teta mamaste?
--Yo, ninguna.
--¿Cómo ninguna?
--Sí, señor, ninguna: yo mamaba el pájaro de mi padre... y por eso he sacado este vocejón.
Ricardo Palma
Signore, dom Pietro Cañafistola, directtore de la escuela municipale de Chumbivilcas, 3 de Aprile de 1890.
Mio diletto signore: Fa favore de matriculeare ne la sua escuela, mei figlici Benedetto, Bartolomeo e Cipriano, natti in questta citá de Chumbivilcas, il giorno 20 de Febraio de 1881.
Sono suo servitore e amico
Crispín Gatiessa
Leída por el dómine esta macarrónica esquela, calóse las gafas, abrió el cuaderno de registro o matrícula escolar, entintó la pluma y antes de consignar los datos precisos, entabló conversación con sus futuros alumnos.
Eran estos tres chicos de nueve años, venidos al mundo, en la misma hora o paricio, de una robusta hembra chumbivilcana, casada con don Crispín Gatiessa, boticario de la población, que era un genovés como un trinquete y, tanto, que de una culeada le clavó a su mujer tres muchachotes muy rollizos.
A la simple vista, era casi imposible diferenciar a los niños, pues caras y cuerpos eran de completa semejanza.
--¿Cuál es tu nombre?--preguntó don Pedro a uno de los chicos.
--Servidor de usted, señor maestro, Benedicto--contestó el interrogado con voz de flautín, anacrónica en ser tan desarrollado y vigoroso.
--Vaya una vocesita para meliflua--musitó el magister--j y tú, ¿qué nombre llevas? --continuó, dirigiéndose al otro.
--Para servir a Dios y a la Patria, me llamo Bartolomé--con idéntica voz atiplada.
--¿Otra te pego, Diego? --murmuró, para sí, el maestro--. !Vaya un par de maricones! !Lucido está el bachicha con su prole! ¿Y tú? --preguntó, dirigiéndose al tercero.
--¿Yo?, yo soy Crispín Gatiessa--contestó con voz de trueno, el muchacho.
Casi se cae de espaldas el bueno de don Pedro Cañafistola, ante tamaño contraste, y exclamó:
--!Para la puta que los parió! !Qué cosa! ¿En qué consistirá, que siendo estos tres niños tan iguales de figura, nacidos del mismo vientre, de la misma ventregada, o en el mismo día, uno discrepe tanto por el vocerrón? Aquí me digo yo, cualquiera pierde su latín. !Vaya con los caprichos de la naturaleza!
--Yo le diré a usted, señor maestro, como mi madre no tiene sino dos tetas, ésas sirvieron para que estos dos hermanos mamasen a boca que quieres, y por eso han salido así... pobrecitos de voz.
--Y tú, ¿qué teta mamaste?
--Yo, ninguna.
--¿Cómo ninguna?
--Sí, señor, ninguna: yo mamaba el pájaro de mi padre... y por eso he sacado este vocejón.
Fatuidad humana
Ricardo Palma
Cuando el rey don Juan de Portugal se vio forzado, en los primeros años del siglo XIX, a refugiarse en el Brasil, tuvo, pues su majestad fue muy braguetero, por combleza o manfla, querida o menina, a la más linda mulatica de Río de Janeiro, relaciones pecaminosas que, a la larga, dieron por fruto un muchacho, lo que nada tiene de maraviIloso, sino de muy natural y corriente. !Esos polvos traen esos lodosl
Entiendo que la moza exprimió al rey don Juan, dejándoIo con menos jugo que a limón de fresquería.
Dicen las crónicas que Patrocinio, tal se llamaba la bagaza, era caliente y alborotada de rabadilla, lo que la producía gran titilación y reconcomio en el clítoris.
Con ella, los cortesanos no tenían más que invitarla a beber una copa de onfacomelí (licor africano), y... a cabalgar se ha dicho.. .
Sospecho que Patrocinio era tan puta como cualquier chuchumeca de Atenas; cuando a un hombre le venía en gana echar un polvo con una de esas pécoras, no tenía para qué gastar palalbras; bastábale con cerrar el puño, levantando el dedo índice. Si la hembra no estaba con patente sucia, o tenía otro compromiso ajustado, le contestaba cerrando el pulgar, en la forma de anillo o círculo.
Y ya saben ustedes, por si lo ignoraban, cuál fue el origen de esta mímica, que hasta ahora subsiste, entre las mozas de burdel. El macho también formaba anillo, metía en él el índice, y daba luego un taponazo, que era como decir: All right.
Barruntos tenía el rey de las frecuentes jugarretas de su coima, pero no se atrevía a rezongar, por falta de pruebas; al cabo, durmiósele un día el diablo a la muchacha y sorprendiéndola su señor, como dice la Epístola de San Pablo illa sub, ilte super, allí fue Troya. Don Juan la encerró, por un año, en la prisión de prostitutas, y mandó al chico al Seminario de Lisboa; corriendo los tiempos, lo hizo arzobispo de Coimbra.
Jubilada ya Patrocinio en la milicia de Venus, aunque nunca había estado en correspon dencia con su ilustrísimo y reverendísimo hijo, no pudo negarse a dar una carta de recomendación, a su confesor, para el arzobispo de Coimbra, llamado a entender en el asunto que la llevara al Portugal.
Leyó su Ilustrísima la carta, complació al portador en sus pretensiones, y cuando éste fue a despedirse, pidiéndole órdenes para Río de Janeiro, le dio la siguiente carta para Patrocinio:
Señora: Su recomendado le dirá que lo he servido a pedir de boca. No vuelva usted a escribirme, y menos tratándome como cosa suya, porque os filhos naturales do rey non tenlqern madre. Dios la guarde.
No era Patrocinio de esas que lloran a lágrimas de hormiga viuda, ni habría ido a Roma a consultar al Padre Santo la respuesta que cabría dar a la fatuidad del arzobispillo.
He aquí su contestación:
Señor mío: Agradeciendo las atenciones que a mi confesor ha dispensado, cúmpleme decirle que os filhos de puta non tenhem padre. Dios le guarde.
Ricardo Palma
Cuando el rey don Juan de Portugal se vio forzado, en los primeros años del siglo XIX, a refugiarse en el Brasil, tuvo, pues su majestad fue muy braguetero, por combleza o manfla, querida o menina, a la más linda mulatica de Río de Janeiro, relaciones pecaminosas que, a la larga, dieron por fruto un muchacho, lo que nada tiene de maraviIloso, sino de muy natural y corriente. !Esos polvos traen esos lodosl
Entiendo que la moza exprimió al rey don Juan, dejándoIo con menos jugo que a limón de fresquería.
Dicen las crónicas que Patrocinio, tal se llamaba la bagaza, era caliente y alborotada de rabadilla, lo que la producía gran titilación y reconcomio en el clítoris.
Con ella, los cortesanos no tenían más que invitarla a beber una copa de onfacomelí (licor africano), y... a cabalgar se ha dicho.. .
Sospecho que Patrocinio era tan puta como cualquier chuchumeca de Atenas; cuando a un hombre le venía en gana echar un polvo con una de esas pécoras, no tenía para qué gastar palalbras; bastábale con cerrar el puño, levantando el dedo índice. Si la hembra no estaba con patente sucia, o tenía otro compromiso ajustado, le contestaba cerrando el pulgar, en la forma de anillo o círculo.
Y ya saben ustedes, por si lo ignoraban, cuál fue el origen de esta mímica, que hasta ahora subsiste, entre las mozas de burdel. El macho también formaba anillo, metía en él el índice, y daba luego un taponazo, que era como decir: All right.
Barruntos tenía el rey de las frecuentes jugarretas de su coima, pero no se atrevía a rezongar, por falta de pruebas; al cabo, durmiósele un día el diablo a la muchacha y sorprendiéndola su señor, como dice la Epístola de San Pablo illa sub, ilte super, allí fue Troya. Don Juan la encerró, por un año, en la prisión de prostitutas, y mandó al chico al Seminario de Lisboa; corriendo los tiempos, lo hizo arzobispo de Coimbra.
Jubilada ya Patrocinio en la milicia de Venus, aunque nunca había estado en correspon dencia con su ilustrísimo y reverendísimo hijo, no pudo negarse a dar una carta de recomendación, a su confesor, para el arzobispo de Coimbra, llamado a entender en el asunto que la llevara al Portugal.
Leyó su Ilustrísima la carta, complació al portador en sus pretensiones, y cuando éste fue a despedirse, pidiéndole órdenes para Río de Janeiro, le dio la siguiente carta para Patrocinio:
Señora: Su recomendado le dirá que lo he servido a pedir de boca. No vuelva usted a escribirme, y menos tratándome como cosa suya, porque os filhos naturales do rey non tenlqern madre. Dios la guarde.
No era Patrocinio de esas que lloran a lágrimas de hormiga viuda, ni habría ido a Roma a consultar al Padre Santo la respuesta que cabría dar a la fatuidad del arzobispillo.
He aquí su contestación:
Señor mío: Agradeciendo las atenciones que a mi confesor ha dispensado, cúmpleme decirle que os filhos de puta non tenhem padre. Dios le guarde.
El lechero del convento
Ricardo Palma
Allá, por los años de 1840, era yanacón o arrendatario de unos potreros en la chacra de Inquisidor, vecina a Lima, un andaluz muy burdo, reliquia de los capitulados con Rodil, el cual andaluz mantenía sus obligaciones de familia con el producto de la leche de una docena de vacas, que le proporcionaban renta diaria de tres a cuatro duros.
Todas las mañanas, caballero en guapísimo mulo, dejaba cántaros de leche en el convento de San Francisco, en el Seminario y en el monasterio de Santa Clara, instituciones con las que tenía ajustado formal contrato.
Habiendo una mañana amanecido con fiebre alta, el buen andaluz llamó a su hijo mayor, mozalbete de quince años cumplidos, tan groserote como el padre que lo engendrara, y encomendóle que fuera a la ciudad a hacer la entrega de cántaras, de a ocho azumbres, de leche morisca o sin bautizar.
Llegado a la portería de Santa Clara, donde con la hermana portera estaban de tertulia matinal la sacristana, la confesonariera, la refitolera y un par de monjitas más, informó a aquella de que, por enfermedad de su padre, venía él a llenar el compromiso.
La portera, que de suyo era parlanchina, le preguntó:
--¿Y tienen ustedes muchas vacas?
--Algunas, madrecita.
--Por supuesto que estarán muy gordas...
--Hay de todo, madrecita; las vacas que joden están muy gordas, pero las que no joden están más flacas que usted, y eso que tenemos un toro que es un grandísimo jodedor.
--!Jesús! !Jesús!--gritaron, escandalizadas, las inocentes monjitas--. Toma los ocho reales de la leche y no vuelvas a venir, sucio, cochino, ! desvergonzado l ! sirverguenza !
De regreso a la chacra, dio, el muy zamarro, cuenta a su padre de la manera como había desempeñado su comisión, refiriéndole, también, lo ocurrido con la portera.
--!Cojones! !Pedazo de bestia! !Buena la has hecho, hijo de puta! Ir con esas pendejadas a calentar a las monjas. !Hoy te mato a palos, canalla!
Y le arrimó una buena zurribanda.
A la mañana siguiente, fue el patán andaluz llevando la leche al monasterio, y por todo el camino iba cavilando sobre la satisfacción que se creía obligado a dar a las monjas.
--Madrecitas --les dijo--, vengo a pedirles mil perdones, por las bestialidades que dijo ayer, ese zopenco de mi hijo.
--No ponga usted caso en eso, ño Prisciliano--contestó una de las monjas--, son cosas de muchacho inocente, que no sabe lo que habla.
Se sulfuró al oír esto ño Prisciliano; como yo, tenía tirria y enemiga con los inocentones.
--¿Inocentón, mi hijo? No lo crea usted, madre. !Coño y recoño! Como que no sabe usted, que el otro día lo sorprendí con tamaño pinga en la mano, cascándose tres golpes de puñeta. !Carajo, con el inocentón!
Y las monjas, poniéndose las manos en los oídos, echaron a correr como palomas asustadas por el gavilán.
Adivinarse deja, que cambiaron de lechero.
Ricardo Palma
Allá, por los años de 1840, era yanacón o arrendatario de unos potreros en la chacra de Inquisidor, vecina a Lima, un andaluz muy burdo, reliquia de los capitulados con Rodil, el cual andaluz mantenía sus obligaciones de familia con el producto de la leche de una docena de vacas, que le proporcionaban renta diaria de tres a cuatro duros.
Todas las mañanas, caballero en guapísimo mulo, dejaba cántaros de leche en el convento de San Francisco, en el Seminario y en el monasterio de Santa Clara, instituciones con las que tenía ajustado formal contrato.
Habiendo una mañana amanecido con fiebre alta, el buen andaluz llamó a su hijo mayor, mozalbete de quince años cumplidos, tan groserote como el padre que lo engendrara, y encomendóle que fuera a la ciudad a hacer la entrega de cántaras, de a ocho azumbres, de leche morisca o sin bautizar.
Llegado a la portería de Santa Clara, donde con la hermana portera estaban de tertulia matinal la sacristana, la confesonariera, la refitolera y un par de monjitas más, informó a aquella de que, por enfermedad de su padre, venía él a llenar el compromiso.
La portera, que de suyo era parlanchina, le preguntó:
--¿Y tienen ustedes muchas vacas?
--Algunas, madrecita.
--Por supuesto que estarán muy gordas...
--Hay de todo, madrecita; las vacas que joden están muy gordas, pero las que no joden están más flacas que usted, y eso que tenemos un toro que es un grandísimo jodedor.
--!Jesús! !Jesús!--gritaron, escandalizadas, las inocentes monjitas--. Toma los ocho reales de la leche y no vuelvas a venir, sucio, cochino, ! desvergonzado l ! sirverguenza !
De regreso a la chacra, dio, el muy zamarro, cuenta a su padre de la manera como había desempeñado su comisión, refiriéndole, también, lo ocurrido con la portera.
--!Cojones! !Pedazo de bestia! !Buena la has hecho, hijo de puta! Ir con esas pendejadas a calentar a las monjas. !Hoy te mato a palos, canalla!
Y le arrimó una buena zurribanda.
A la mañana siguiente, fue el patán andaluz llevando la leche al monasterio, y por todo el camino iba cavilando sobre la satisfacción que se creía obligado a dar a las monjas.
--Madrecitas --les dijo--, vengo a pedirles mil perdones, por las bestialidades que dijo ayer, ese zopenco de mi hijo.
--No ponga usted caso en eso, ño Prisciliano--contestó una de las monjas--, son cosas de muchacho inocente, que no sabe lo que habla.
Se sulfuró al oír esto ño Prisciliano; como yo, tenía tirria y enemiga con los inocentones.
--¿Inocentón, mi hijo? No lo crea usted, madre. !Coño y recoño! Como que no sabe usted, que el otro día lo sorprendí con tamaño pinga en la mano, cascándose tres golpes de puñeta. !Carajo, con el inocentón!
Y las monjas, poniéndose las manos en los oídos, echaron a correr como palomas asustadas por el gavilán.
Adivinarse deja, que cambiaron de lechero.
El clavel disciplinado
Ricardo Palma
Gran cariño tuvo el virrey Amat por su Mayordomo, don Jaime, que, como su Excelencia, era catalán que bailaba el trompo en la uña y un portento de habilidad en lo de allegar monedas.
La gente de escaleras abajo hablaba pestes sobre los latrocinios, pero los que estaban sentados sobre la cola, que eran la mayoría palaciegos, decían que tal murmuración no era lícita y que encarnaba algo de rebeldía contra su Majestad y los representantes de la corona.
Esta doctrina abunda hoy mismo en partidarios, por lo de quien ofende al can ofende al rabadán.
Así, los clericales, por ejemplo, dicen, que siendo de católicos la gran mayoría del Perú, nadie debía atacar la confesión, ni el celibato sacerdotal, como si en un país donde la mayoría fuera de borrachos no se debería combatir el alcoholismo.
Amat abrigaba el propósito de no regresar a España cuando fuera relevado en el gobierno, y tan decidido estaba a dejar sus huesos en Lima, que hizo construir, en la vecindad del monasterio del Prado, una magnífica casa, con el nombre de Quinta del Rincón.
Podría, hoy mismo, ese edificio competir con muchos de los más aristocráticos de España; pero, como es sabido, fueron tantos y tales los quebraderos de cabeza que llovieron sobre el ex virrey, en el juició de residencia, que aburrido al cabo, se embarcó para la Metrópoli, haciendo regaIo de la señorial residencia, al paisano, amigo y mayordomo.
Decía la voz pública, que es hembra vocinglera y calumniadora, que don Jaime había sido en Palacio correveidile o intermediario de su Excelencia para todo negocio nada limpio, y como siempre Ias puIgas pican, de preferencia, al perro flaco, resultó que muchos de los perjudicados, más que al virrey, odiaban al mayordomo.
Una noche, sonadas ya las ocho, se aproximaba don Jaime a la Quinta del Rincón, cuando le cayeron encima dos embozados que, puñal en mano, lo amenazaron con matarlo si daba gritos pidiendo socorro. Resignóse el catalán a seguirlos, que el argumerlto del puñal no admitía vuelta de hoja, y lo condujeron al Cercado, lugarejo que, por esos tiempos, era de espantosa lobreguez.
Allí le vendaron los ojos y, calle adelante, lo metieron en una casuca donde, a calzón quitado, le aplicaron veinticinco azotes, con látigo de dos ramales, y así, con el rabo bien caliente, lo acompañaron hasta dejarlo en la plazuela del Prado.
Al día siguiente, era popular en Lima este pasquín:
Don Jaime, te han azotado
Y por si esto te desvela
A Amat dile que te huela
El clavel disciplinado.
Por supuesto que una copia de este pasquín llegó a manos del virrey, quien, atragantándosele el tercer verso, dijo:
Que le huela... que le huela...
Que se lo huela su abuela.
Ricardo Palma
Gran cariño tuvo el virrey Amat por su Mayordomo, don Jaime, que, como su Excelencia, era catalán que bailaba el trompo en la uña y un portento de habilidad en lo de allegar monedas.
La gente de escaleras abajo hablaba pestes sobre los latrocinios, pero los que estaban sentados sobre la cola, que eran la mayoría palaciegos, decían que tal murmuración no era lícita y que encarnaba algo de rebeldía contra su Majestad y los representantes de la corona.
Esta doctrina abunda hoy mismo en partidarios, por lo de quien ofende al can ofende al rabadán.
Así, los clericales, por ejemplo, dicen, que siendo de católicos la gran mayoría del Perú, nadie debía atacar la confesión, ni el celibato sacerdotal, como si en un país donde la mayoría fuera de borrachos no se debería combatir el alcoholismo.
Amat abrigaba el propósito de no regresar a España cuando fuera relevado en el gobierno, y tan decidido estaba a dejar sus huesos en Lima, que hizo construir, en la vecindad del monasterio del Prado, una magnífica casa, con el nombre de Quinta del Rincón.
Podría, hoy mismo, ese edificio competir con muchos de los más aristocráticos de España; pero, como es sabido, fueron tantos y tales los quebraderos de cabeza que llovieron sobre el ex virrey, en el juició de residencia, que aburrido al cabo, se embarcó para la Metrópoli, haciendo regaIo de la señorial residencia, al paisano, amigo y mayordomo.
Decía la voz pública, que es hembra vocinglera y calumniadora, que don Jaime había sido en Palacio correveidile o intermediario de su Excelencia para todo negocio nada limpio, y como siempre Ias puIgas pican, de preferencia, al perro flaco, resultó que muchos de los perjudicados, más que al virrey, odiaban al mayordomo.
Una noche, sonadas ya las ocho, se aproximaba don Jaime a la Quinta del Rincón, cuando le cayeron encima dos embozados que, puñal en mano, lo amenazaron con matarlo si daba gritos pidiendo socorro. Resignóse el catalán a seguirlos, que el argumerlto del puñal no admitía vuelta de hoja, y lo condujeron al Cercado, lugarejo que, por esos tiempos, era de espantosa lobreguez.
Allí le vendaron los ojos y, calle adelante, lo metieron en una casuca donde, a calzón quitado, le aplicaron veinticinco azotes, con látigo de dos ramales, y así, con el rabo bien caliente, lo acompañaron hasta dejarlo en la plazuela del Prado.
Al día siguiente, era popular en Lima este pasquín:
Don Jaime, te han azotado
Y por si esto te desvela
A Amat dile que te huela
El clavel disciplinado.
Por supuesto que una copia de este pasquín llegó a manos del virrey, quien, atragantándosele el tercer verso, dijo:
Que le huela... que le huela...
Que se lo huela su abuela.
Otra improvisación del ciego de la Merced
Ricardo Palma
Señor, Dios ,que nos dejaste
Por patrimonio y herencia
La Pobreza y la Indigencia
Cosas que tú tanto amaste
Si era tan buena la cosa
Allá a tu mansión gloriosa
Do los ángeles se mueven
Que no juegan, que no beben
Ni fornican a una moza
¿Por qué no te las llevaste
Ricardo Palma
Señor, Dios ,que nos dejaste
Por patrimonio y herencia
La Pobreza y la Indigencia
Cosas que tú tanto amaste
Si era tan buena la cosa
Allá a tu mansión gloriosa
Do los ángeles se mueven
Que no juegan, que no beben
Ni fornican a una moza
¿Por qué no te las llevaste
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