jueves, 31 de diciembre de 2009

Un acercamiento a S. Colonia
Rodrigo Quijano
Para conocer debo acercarme más. Se ha partido el cielo y ha cesado la lluvia que enrejaba el paisaje. Deja al perro lamerse las llagas y el pene encendido. El neón es una lengua que sonroja santas y querubines en las mudas sombras de un atardecer postal, pensando que el tallo remonta sobre sí y hace estallar palmeras y frutos que engordan como garrapatas al borde de un encerado cocktail de trópico y desorden. Para saber debo acercarme más, y aquí me tienes. La coloreada imagen de la niña-virgen es la denuncia de un crimen consumado a medias, la isla que eleva el único cirio que gotea luces, como esas cruces al borde de las carreteras, así, mitad dispuestas por la arena, mitad por los parientes que se abandonan al silencio ante el silencio de miradas que ofenden por su rapidez. Así dispuestas esas cruces pueden ser casi el cierre-relámpago de un país que muestra sus intimidades, lo percudido y lo perdido. Y la imagen de la niña gime: unas rodillas flacas y la madre suelta la sábana iluminando el cuarto con un aroma de trenzas que se abrazan en la madrugada, como en un llanto de despedida. Para saber vuelvo a acercarme. El equilibrio del grillo tensa la tarde, y la gente que regresa cansada de las playas pule rostros en la superficie de sus ollas y el crepúsculo me bombardea de neones tropicales que se encienden a mi paso y en los plásticos, ojos del gorrión mi intuición emprende un vuelo sin retorno.

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